Cuentan que las huellas que deja el tiempo son las que más se notan, pero en la Reina el tiempo era un vano sueño, sufrido por sus súbditos, los hombres. Su autoritarismo sobresalía entre sus múltiples defectos y reinaban en su corazón hecho de tinta negra, la avaricia, la soberbia, la ira y la envidia. Vestía elegantes galas carmesí y con ostentosos acabados dorados. Sus grandes ojos verdes se convertían en un infinito mar negro, donde cualquiera que la mirase se ahogaba dentro de sus pupilas, y con sus finas manos cual a seda tactában sostenían un enorme báculo firuleteado con virutas de argento y pepitas de oro, enredando el acabado con pequeñas hiedras púrpuras.
Ésta, jefa de su enorme reino, pasaba sus perdidas horas sentada en su trono, acabado en dos puntas doradas y esmeralda, gobernando inexistentemente todo aquello que era suyo.
Un lluvioso día, la Reina del Tiempo decidió otorgar un deseo, a aquel que hiciese un juego el cual nunca acabase, y así jamás aburrirse. Toda la gente del reino acudió al Palacio para preguntar sobre qué debía hacer para saborear durante un simple momento lo que era la libertad, tener sobre sus manos, la posibilidad de ser libre.
Fue una semana después, cuando un hombre de túnica negra y turbante azul marino se presentó ante el trono dorado de la Reina del Tiempo, con un saquito de terciopelo azul, en el que guardaba treintaidos figuras, cada una representando a un componente de la guerra, dando vida a las torres de marfil y a arqueros transformados en estatuas colocadas de tal forma en que dieciséis guerreros protegían a sus dioses y atacaban al enemigo, utilizando solamente una determinada táctica por la que poder moverse.
Después de explicarlo, el creador del juego retó a la Reina, y esta, aceptando el reto, empezaron a moverse las fichas sobre el tablero, refractando la luz del atardecer tras las fichas, tornándolas rojas como la sangre, la pasión. Tras mover el árabe la figura asesina del rey blanco, sus negras manos empezaron a desvanecerse, disolviéndose en el aire y llevándose como si se tratase de un recuerdo, el viento que entró por la ventana, convirtiendo sus finos y rojos huesos en el vano sueño de un creador efímero.
Tras ver lo ocurrido, durante bastante tiempo, el reino, dejó de fabricar juegos e inventar algo que le diese el poder de deleitar la libertad y saborear su dulce sueño en el que un simple soñador soñaba siempre. Pero a diferencia de todos, el simple hecho de no haber hecho nada, dio tiempo e ideas a un viejo inventor a crear en sus últimos días, algo que diese juego al tiempo y tiempo a la muerte de jugar con él sin matarle.
Este se presentó con sus enormes galas y ornamentos para dirigirse a su inmortal diosa en su tierra. A diferencia del anterior importante inventor, a este acudió toda la corte y todo el reino, deparando el nefasto futuro que le esperaba si no agradábale a ella.
Acudió la Reina al trono con sus mejores galas, carmesíes y rosadas, y sus enbucleados cabellos rubios caían por sus hombros y largas trenzas finas, parecían caer en cascada, hasta llegar a los codos. Su corona era de un fino laurel y en sus orejas lucían unos hermosos pendientes de oro y cobalto.
El viejo dejó caer al suelo de galena y marfil cuatro dados, cada uno con un dibujo en una sola de las caras. La primera ficha en caer tenía, en vez de una cara, dos caras, en la que un copo de nieve caía lentamente hasta llegar a un blanco suelo bañado en hielo. El segundo dado en caer fue aquel en el que se representaban a los árboles secos y sin hojas, y enfocando una sola cara, este dado, caía una hoja seca, de color rojo, tanto como la sangre. En el tercer dado, crecía por una sola cara, una hermosa rosa roja, en la que las espinas agarraban con sus dedos puntiagudos una hoja de papel arrugado, que cada vez se tornaba más ocre y viejo, pegándose en él polvo llevado por el viento. El último dado, al igual que el primero, tenía dos caras, en las que, dentro de ellas se aposentaba una poderosa luz cegadora. El viejo dio los dados a la reina:
-Se llaman los dados del tiempo. En cada tiempo existen unas características que lo definen. Para no aburrirse, mi majestad, deberá tirar estos dados mágicos en la mesa de aguamarina, cuando llegue la noche en que la luna llena ilumine y reine tu reino. En ese momento, sin ninguna compañía, deberá tirar los dados, los cuales determinarán que pasará durante los cuatro meses en que la luna llena se esconda, protegiendo con su luz su reino, pero ausente a sus ojos. Mañana se os deparará el futuro de vuestro reino durante los cuatro meses siguientes.
Llegó la noche de la luna, y la reina, sola y con su corona de oro, plata y rubí, salió al balcón donde la mesa de agua marina esperaba, lista para deparar el futuro de ese reino. Los dados cayeron sobre la luz de la luna, dando como única cara la que caía el copo de nieve. La Reina, preocupada por lo que podría pasarle a su reino, se fue a su aposento y esperó a que amaneciera.
ue caía paulatinamente sobre el suelo, esbozó en su cara una sonrisa, y abriendo su mano, mostrándosela al viejo hombre, una luz blanquinosa salió disparada hacia el inventor del juego interminable, quedando así solamente el recuerdo de que un día alguien creó el juego al que el Tiempo pudo divertirse, pero hasta tal punto que no podrá morir, ya que al nunca acabar ese juego, jamás podrá descansar en paz.
Del viejo, solamente sus huesos pulverizados quedaron, ya que el deseo de todo hombre era poder deleitar la libertad, y ya que en su reino del Tiempo jamás se podía ser libre, conseguir la libertad le costó la vida, acercándose más a su descanso eterno, hasta que la eternidad decida hasta cuando va durar esa pura y lúgubre, pero real, libertad que tanto el humano anhela en algún momento de su vida.