Sueños

Todo empezó en aquel espeso bosque, de frondosos árboles, recónditos tras el velo de la noche la cual alzaba a su emperatriz al cielo vestido con su traje blanco y su báculo con el cual reinaba con su luz la oscuridad de la noche. Tras los enormes robles, de tronco ocre enroscado se hallaba un lago, de cristalinas aguas mecidas por el viento céfiro de aquella noche, de la cual surgían nenúfares como cantos de sirenas. A lo lejos, difuminada con acuarela blanca se veía una pequeña montaña, de cumbre nevada y fría como la escarcha acumulada en la punta de las hojas rojas de los robles, que se tornalunaban blancas y argentosas tras el reflejo de la Luna llena que alumbraba los reinos perdidos de aquel bosque sin fin. Aquellos reinos perdidos que se ocultaban en el bosque un día, un hombre les puso el nombre de sueños. Vanos sueños son los que se explicarán a lo largo de este relato, que, al igual que los sueños, nunca acabó ni acaba, pero tampoco acabará.

martes, 12 de febrero de 2013

Migajas macábras


Son aptos, simples saberes, que anhelamos conseguir, por miedo; se replantea la idea, firme y ráuda del olvido, tras una sufrida muerte, pero, ¿qué es aquello, que realmente fomenta el miedo? no es aquello que fomenta el miedo, el pavor de ser olvidado, sino el tétrico y siniestro pensamiento de si te gustase un sueño eterno. Compilamos brevemente, nuestra vida en vida, como un onírico hecho en el que se puede despreciar, auto-arruinándose, o auto-mejorándose, pero, ¿con el fin de qué? ¿pueden saber los grandes sabidos, sin empirismo ni encare a la muerte, la respuesta? ¿puede saber qué hay después de la muerte, todo aquel, que sin miedo, ha osado a teorizar, sobre ello? el miedo que se produce es aquel que se puede tener, ante el mero pensar, del no existir, empatizando, con aquellos, que crees que han muerto, y poniéndote en su lugar, falsamente ducho, encontrándote tú, en vida y ellos, careciendo de esa virtud - o pecado, onírico - y observándote - o no - desde lo alto - o lo bajo - tus acciones, o pensamientos, que firmes tienes ante ellos.
   Es el miedo al olvido, al no gustar el sentimiento, la sensación de un sueño, pese a que este sea eterno. Podemos aplicarnos, a nuestros preciados oradores, plasmantes de una ayuda, en la cual creer después de yacer, en tu lecho, y se pueden apostar distintas perspectivas, pero siempre llegaremos al punto, de que la vida puede o no, ser onirica, y encontrarnos, solamente ante el simple hecho de que el mundo no - o sí - existe, ante nuestros propios ojos. EL mero hecho del pensar en el destierro humano, es lo que hace imperceptible, esa, sencilla, cotidiana, a la vez que tan difícil, como, no el morir, sino el abandonar, el sentimiento terrible de que has podido ser - o no ser - alguien. Es, digo sin experiencia, un ráudo sentido que por la mente pasa de vivir, toda la vida, de un temible vuelco, simbolo de su llegada, tan temida entre la mente humana, consciente y la subconsciente.
  Apostaban ciertos grandes oradores, la capacidad, de que dios existe como una vinculación, necesaria a algo, o a alguien. Tenemos un vacío, establecido entre aquello del subconsciente - Dios - y lo consciente - el yo - que pretendemos llenar, con la razón, pese a que el único metodo para llenarlo es la fe. Pero, ¿dice ésto que hay que tener fe en la muerte?....

lunes, 11 de febrero de 2013

Ritos de paso


Son, meramente, puntos de vista, diferentes, como individuos, divisibles, en sí mismos...como pensamientos. Bajo la alarmante llamada de la luz, espetó un bislumbre de transmisión, galvánica y terrible, entre los dos polos, de tungsteno... Ennegrecida, la puerta, la bella salida, que de noche, está oculta, tras el juego de sombras chinas, que especta la Luna, desde su temporal firmamento. Son esos fatuos destellos, de electrizantes átomos, que iluminan el lúgubre y tétrico, sendero, que pese a su corto espacio, traza, lentamente, cual a rito, un impotente paso, vaporizado, tras la magia del movimiento. Se oyen los dulces tintineos, recuerdos, duraderos empíricos olvidos, que rememoran la infancia, inexistente, onírica, y dulce imaginación, otorgada a través de su sutil voz, producto del dindineo, suave y perdurante, del choque de los recuerdos...
   Lentamente se abren, eruditos a mi alma, inexperimentados sentimientos, que sin saber el - yo - qué realmente, significan, se expresan, tal como la blanca y ennegrecida luz del ambiente, una calma corta, breve de pocas palabras, rápidas, fuídas y fulgurantes vocábulos, producidos por el aborrecer del paso del tiempo inútil, utilizando, su juego, en contra suya, mágicamente, para ganar a la virtud mencionada. Son producto del desgaste, esas columnas, dóricas marmóreas, arraigadas, en ellas, como lapas, la carcoma del desgaste, negro como la muerte, pronunciada ante el peligro del no-saber, que es lo ocurrido, o lo que allí ocurrirá, es el tren, este de largas y perspectivamente altas columnas griegas, que a torcer no alcanza el viento, pero si el tiempo, sintoma de un cambio, tanto metafórico como real, ante la simple connotación del pensamiento de nuestro propio futuro... (sin fin...)

domingo, 10 de febrero de 2013

Tizne subjetivo


Son pequeños factores, cambiantes escenas, mobiles ante la corriente, que rápidamente fluye por el interior de esa vida, de ese conjunto de sociedades. Es toda la verdad, subjetiva cual la muerte, que sin embargo, se luce teatralmente, para transmitir y exponer, las ideas, y crear un creer en la sabiduría. Postrante y desértica, soledad que humedece las madereras rayuelas, mates y brunas por la soledad, y brillantes, por la débil entrada de un leve susurro de los rayos del sol, que expectantes, luchan por zafarse de los grises y opacos nubarrones, que se ciernen sobre la escultura...
   Archivadas, las enmohecidas solapas, solemnes cantan como himno su bello y dulce interior, exponiendo sus saberes a los arraigados tablones, donde, sucumbe subyugado, el saber. Fébriles gotas de lluvia, caen paulatinamente, sobre el gastado vidrio, superior, luz del conocimiento, suelo del empirismo, cárcel que crea la libertad, dentro de ella, y jala  ásperos vientos de conocimiento en su interior. Oh! todo aquel erudito saber, que se desvanece, carcomido por el bello tiempo, arrela en la memoria, un tizne de blanca bruma, que envuelve al recóndito secreto, en fantasioso prado, amarillento, blanco, negro entre su pasado, sigue, repleto... Jamás el saber sucumbirá, por esa razón la plenitud de la virtud, hallamos, pantagruélica, de galácticas dimensiones, aquel saber, que yace, en la memoria de los libros olvidados, y en la memoria, de aquellos, cuya experiencia debe saciarse, a demás de un galvánico saber, que postula la peligrosidad de la subjetiva verdad, del verdadero conocimiento,....
   Allí, postulándose ante el sabio e indivisible viento, se postra, erguida ante nuestras espaldas, el conocimiento del supuesto saber, y objetiva virtud, según las opiniones que se han depositado, allí, espectantes a ser leídas, algún día.