Silencios de tinta que, expectantes abandonados, en el angulo oscuro, sus fieles pergaminos de antaño, utilizados, de especial forma, duermen, erguidos sobre la carpeta azul, de finas cuerdas de negro petroleo. Aún, la leve marca del vaso de cristal, sobre el aterciopelado manto, de verde esmeralda, cubierto por una fina capa de polvo, grisáceo, sustentaba sobre él, sus creadores, de sutiles impresiones de tinta, de altas teclas, negras y blancas, con estratégica y marcial posición, apta para cuando se presionase alguna, empolvada vieja y chirriante tecla, rehusada a su sumisión, ejecutase grandes mundos de tinta, de tizne negro, a sus fines, antiguos, y arcanos usos, que, abandonadas dejan, a su suerte, -desdicha muerte - un punto, llamado, evolución.
Son pocos, más literatos, aquellos, que, nostálgicamente, por el simple hecho de aquel sonido, de ordenada cadencia, silenciosa armonía, creada de quintos intervalos, vuelven a la cámara, de secretos mundos creados, de abiertas ventanas, orientadas hacia el sol del atardecer, anaranjado, todo el estudio, de húmedas paredes, y vorágines de roja gama, sombreando los leves objetos que se interponen ante la luz, de cálida variante cromática, de pilares culturales de mármol, repletos, de variados lomos, de fragmentos de mentes, de lagunas vivas, conscientes sus paradojas atemporales, evasiones de Media tierra, y aposentada, en el Trono de Hierro, un esqueleto de férrea composición, rectangular, racional, útil, separador de libros, de mundos, discordantes señuelos de títeres, nuestros, que moldeamos, en aquella máquina, de mágica perspectiva, de anaranjado y negro color, grisácea y rota marca, de trasfondo, tras las cortinas de amplio acabado, de azul cromado, marino, de bajeles cuentos, inspiración, y ese sonido vuelve, cadente, melancólico, canción de cuento, de final, del prologo.
Puertas abiertas a otros mundos.