A quien corresponda;
Se despertaba la mañana en alta mar aún, y con una mala y espesa niebla. La habitación, constituída por tres, no tenia ventanas, pero no tardamos en divisar el blanco del exterior, por la planta Ramón María del valle Inclán, con escaliatas infinitas con finos baños de oro, y una atercipopelada alfombra turca que llamaba mi atención...
Perdimos un tiempo, allá unas dos horas, donde inspeccionamos el barco de arriba a bajo. Todos expectantes de, mas o menos a las once de la mañana, una gris niebla cubria Ville-Franche, pero no escapa a los objetivos de pícaras camaras de memoria.
Decidimos, decidieron, comer en el barco, y como siempre, el buffet solia consistir en las típicas patatas con hamburguesas, pero en pantagruélicas cantidades, inimaginables sobre la faz terráquea - pero no la acuatico-lúdica- con lo cual, todos llenos y con sopor, emprendimos el viaje en una lancha no muy comoda, con un movimiento que mareaba el pescador, durante unos largos cinco minutos ya confusos en mi memoria, donde, no franceses, sino pescadores, nos desembarcaron en su entrada a la ciudad. El barco no cabía en el puerto, de lo grande que era.
Cogimos un autobús, "Stella", con su guía, Viviana, mismo que nuestra tutora, que como uno más, utilizaba los audífonos de un solo auricular para escuchar las explicaciones. Pasamos por casas colosales, gigantescas, pantagruélicas, por su lujosa e irónica cárcel, y todo a una velocidad sobrehumana, con tal velocidad, la que explicaba, que sugería un pavor a perder el tiempo.
Paramos en un párking, pero no cualquiera, sino un "párking monegasco", al lado de un puesto de coches ferrari y Aston Martin deportivos, de impresionante porte, bajo las nubes insistentes sobre nosotros.
Llegamos a los jardines del casino de mónaco, pese a la prohibición de la entrada tanto por gala - la mayoria unos shorts, o pantalones vaqueros, y una camiseta manga corta con dibujos o lisa de colores estridentes- y la edad, menor de la que permitían. Todo muy galante, sobre todo, en nuestro tiempo libre. Este constaba de veinte minutos, en los cuales nos transformamos en japoneses en barcelona, corriendo estresados, tanto que el cielo lloró.
Cuando nos dirigimos a la famosa curva del circuito de Mónaco de Fórmula 1, empezaron a caer primero una, luego otra, y a los diez segundo, un torrente, una ducha cogió a todos de imprevistos, menos algún que otro precavido.
Bajo las lágrimas del sol, intentamos ir de compras, a un cercano lugar donde vendían, cómo no, estatuillas del casino y camisas de ferrari, y allí es donde se vio el poder adquisitivo de cada uno, con cantidades específicas para cada cosa y llevando así consigo, mil y una baratijas de imanes de nevera y maquetitas de cinco euros cada una - así que barato nada- y corrímos al autobús, pese a que antes paramos en un típico Mc. Donalds, pese a que no pudimos entrar; el semáforo se puso en verde.
Volviendo otra vez bajo un techo, salpicamos las calles y llegamos al oceanográfic de Jaques Costeau, el famoso biologo marino, pese a que tampoco entramos ni a la catedral donde se hallaban enterrados todos los principes de Mónaco...
Nos dejaron tiempo libre, y aprovechamos a ir al famoso puerto de los jeques, y al ayuntamiento y continuar con el ansia de imanes de nevera.
Casi nos ibamos, cuando, sin darmee cuenta me senté en una de las representativas y legendarias balas de cañon del principado de monaco, donde un típico Carabinieri, llamó la atención, pero no le escuché muy bien, e hice más caso a los gestos escándalosos del grupo de personas que reagrupadas que gritaban por avisarme. Pude llamar a casa...
Tras todo un viaje de vuelta, vimos por primera y última vez, mónaco.
Llegamos así a las ocho de la noche al barco, donde la gente, muerta, al menos los que me lo comunicaban, y nos dividimos en algunos grupos...
El objetivo, era mirar aquel grandioso mundo acuático, y algunos decidieron tomar un espeso baño del Jacuzzi en la cubierta, contemplando la puesta de sol, y otros, fueron al Gran Teatro Alameda.
Esta noche, junto al grupo de las dos profesoras y unos cuantos muchos del mismo grupo, la mayoria, sin embargo, chicos, fuimos al Alameda allá una media hora de haber partido de mónaco.
Esa noche había un espectáculo, no muy grabado en mi memoria, que era el de "La noche de Bollywood en el Grand Holiday". Fue divertido el espectáculo, pero no hubo muchos comentarios, asi que a las diez y media aproximadamente, fuimos a cenar, al restaurante nocturno asignado, el "Restaurante Vistahermosa". Mesa 22, grupo "San Ferrand" la mesa más activa y divertida, con un surgimiento de temas de conversación un tanto... de crucero.
Volviendo a los camarotes, allá por las once y media de la noche, nos vimos envueltos en la temática de esa noche, "Los Años 70-80 Revival" en la discoteca de la planta 8, Pío Baroja, donde se hallaba tambien el restaurante y el gran teatro.
Pese a eso, nos dirigimos el grupo de catorce personas más o menos, todas reprimidas como anchoas en un inmenso ascensor y nos dirigimos a la cubierta, donde la fiesta latina continuaba.
Quería ver Génova, así que opté por irme a las dos de la nañana - irónico,¿no?- pero logre dormirme media hora después...
Genova, proxima ciudad te espera!!!
Se despertaba la mañana en alta mar aún, y con una mala y espesa niebla. La habitación, constituída por tres, no tenia ventanas, pero no tardamos en divisar el blanco del exterior, por la planta Ramón María del valle Inclán, con escaliatas infinitas con finos baños de oro, y una atercipopelada alfombra turca que llamaba mi atención...
Perdimos un tiempo, allá unas dos horas, donde inspeccionamos el barco de arriba a bajo. Todos expectantes de, mas o menos a las once de la mañana, una gris niebla cubria Ville-Franche, pero no escapa a los objetivos de pícaras camaras de memoria.
Decidimos, decidieron, comer en el barco, y como siempre, el buffet solia consistir en las típicas patatas con hamburguesas, pero en pantagruélicas cantidades, inimaginables sobre la faz terráquea - pero no la acuatico-lúdica- con lo cual, todos llenos y con sopor, emprendimos el viaje en una lancha no muy comoda, con un movimiento que mareaba el pescador, durante unos largos cinco minutos ya confusos en mi memoria, donde, no franceses, sino pescadores, nos desembarcaron en su entrada a la ciudad. El barco no cabía en el puerto, de lo grande que era.
Cogimos un autobús, "Stella", con su guía, Viviana, mismo que nuestra tutora, que como uno más, utilizaba los audífonos de un solo auricular para escuchar las explicaciones. Pasamos por casas colosales, gigantescas, pantagruélicas, por su lujosa e irónica cárcel, y todo a una velocidad sobrehumana, con tal velocidad, la que explicaba, que sugería un pavor a perder el tiempo.
Paramos en un párking, pero no cualquiera, sino un "párking monegasco", al lado de un puesto de coches ferrari y Aston Martin deportivos, de impresionante porte, bajo las nubes insistentes sobre nosotros.
Llegamos a los jardines del casino de mónaco, pese a la prohibición de la entrada tanto por gala - la mayoria unos shorts, o pantalones vaqueros, y una camiseta manga corta con dibujos o lisa de colores estridentes- y la edad, menor de la que permitían. Todo muy galante, sobre todo, en nuestro tiempo libre. Este constaba de veinte minutos, en los cuales nos transformamos en japoneses en barcelona, corriendo estresados, tanto que el cielo lloró.
Cuando nos dirigimos a la famosa curva del circuito de Mónaco de Fórmula 1, empezaron a caer primero una, luego otra, y a los diez segundo, un torrente, una ducha cogió a todos de imprevistos, menos algún que otro precavido.
Bajo las lágrimas del sol, intentamos ir de compras, a un cercano lugar donde vendían, cómo no, estatuillas del casino y camisas de ferrari, y allí es donde se vio el poder adquisitivo de cada uno, con cantidades específicas para cada cosa y llevando así consigo, mil y una baratijas de imanes de nevera y maquetitas de cinco euros cada una - así que barato nada- y corrímos al autobús, pese a que antes paramos en un típico Mc. Donalds, pese a que no pudimos entrar; el semáforo se puso en verde.
Volviendo otra vez bajo un techo, salpicamos las calles y llegamos al oceanográfic de Jaques Costeau, el famoso biologo marino, pese a que tampoco entramos ni a la catedral donde se hallaban enterrados todos los principes de Mónaco...
Nos dejaron tiempo libre, y aprovechamos a ir al famoso puerto de los jeques, y al ayuntamiento y continuar con el ansia de imanes de nevera.
Casi nos ibamos, cuando, sin darmee cuenta me senté en una de las representativas y legendarias balas de cañon del principado de monaco, donde un típico Carabinieri, llamó la atención, pero no le escuché muy bien, e hice más caso a los gestos escándalosos del grupo de personas que reagrupadas que gritaban por avisarme. Pude llamar a casa...
Tras todo un viaje de vuelta, vimos por primera y última vez, mónaco.
Llegamos así a las ocho de la noche al barco, donde la gente, muerta, al menos los que me lo comunicaban, y nos dividimos en algunos grupos...
El objetivo, era mirar aquel grandioso mundo acuático, y algunos decidieron tomar un espeso baño del Jacuzzi en la cubierta, contemplando la puesta de sol, y otros, fueron al Gran Teatro Alameda.
Esta noche, junto al grupo de las dos profesoras y unos cuantos muchos del mismo grupo, la mayoria, sin embargo, chicos, fuimos al Alameda allá una media hora de haber partido de mónaco.
Esa noche había un espectáculo, no muy grabado en mi memoria, que era el de "La noche de Bollywood en el Grand Holiday". Fue divertido el espectáculo, pero no hubo muchos comentarios, asi que a las diez y media aproximadamente, fuimos a cenar, al restaurante nocturno asignado, el "Restaurante Vistahermosa". Mesa 22, grupo "San Ferrand" la mesa más activa y divertida, con un surgimiento de temas de conversación un tanto... de crucero.
Volviendo a los camarotes, allá por las once y media de la noche, nos vimos envueltos en la temática de esa noche, "Los Años 70-80 Revival" en la discoteca de la planta 8, Pío Baroja, donde se hallaba tambien el restaurante y el gran teatro.
Pese a eso, nos dirigimos el grupo de catorce personas más o menos, todas reprimidas como anchoas en un inmenso ascensor y nos dirigimos a la cubierta, donde la fiesta latina continuaba.
Quería ver Génova, así que opté por irme a las dos de la nañana - irónico,¿no?- pero logre dormirme media hora después...
Genova, proxima ciudad te espera!!!
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