En las almohadas, estaban llenas de ácaros, peqeños, picantes, hurticantes, molestos, que en eaquel mundo, onírico, entraban, y cual a negras cucarachas, viles y vomitivas, apoderábanse del corazón de los sueños, creando del extraño mundo del sueños, en una pesadilla.
Pasado el día y el mediodía, cuando los solares rayos mataron a Dios, dejando esparcida su sangre sobre el cielo, fueron en busca de los jazmines, al castillo del llamado rácano, avaro, vil, criuel, Emperador de los Ladrones.
El ladrón más rácano era, efectivamente, ese, pese a que nadie ya nunca más lo vio, y su enorme imperio, lleno de oro, dinero y joyas, estaba protegido con la Pureza. Ninguna persona que haya robado alguna vez, puede entrar en ella.
La niña con sus ojos, que de anhelo por su cesta brillaban, indicó una pequeña ventana, donde se hallaba la preciada entrada, del castillo de la pureza.
Intentaron entrar los dos en el torreon, pero cuando entró el segundo mozo, una eléctrica carga, estalló en su corazón. Quedó uno de los jóvenes, que altamente y con rapidez, la muralla protectora a la cual el mismísimo dios, adora, con facilidad, la pudo subir, y en ella, la codiciada cesta, descubrir.
Entró por la ventana, que de laqueado arco era, y con dificultades entó, en aquel oscuro torreón.
En aquel oscuro torreón, que ya hace tiempo, que un dragón vivía, plácidamente, con sus grandes fauces, este dormía. Bajo su enorme axila, donde el ala empezaba, un magnifico y ancho cofre, allí, oculto, se guardaba.
¿Dónde estaba el Emperador de los Ladrones? ¿Acaso era un dragón, aquel principe muerto? ¿Quién era, el Emperador de los Ladrones? ¿Era, acaso, su propio corazón, que por codicia hace necesario, el robar?
Cogió el chico, sin pensarlo, el gran cofre que debajo la enorme axila, recóndito se hallaba, y rompiedo el arco que laqueado estaba, el gran cofre, pudo pasar.
Pasando la barrera que protegía el torreón del inexistente emperador, dio la caja a la niña, donde decía que su preciada cesta, el rácano emperador guardaba. Y abriéndola, en sus ojos el reflejo, el oro sus pupilas iluminó, y sacando de allí, una purpúrea daga, apuntando el filo a uno de los jóvenes, a bocajarro, cerró el cofre, y con él huyó.
- Los jazmines los perdí hace tiempo, y cuando encontré la cesta, por fin, vi como mis flores, quedaron marchitas, y de jazmines, de blanca azucena, ¡ay quán bonitos eran!, convirtiéndose en unas flores negras, hechas de ceniza, cual a carbón.
Se giró niña para huir corriendo, y vio a los dos niños, que antes la espada robaron de los dos mozuelos, colgados, desarropados, y como si el mundo diese un final a este cuento, como si Calderón hubiese visionado esto, como si el destino del mundo fuese una gran actuación, donde el final del papel de cada persona, fuera la muerte, girando lentamente, enrollados en una cuerda, acabaron su papel, dándoles Caronte un mortuorio corcel, para salir del gran teatro, llamado por los personajes, El Mundo.
Mientras, tras mi mente pasa esto, el viejo de escarlatas prendas, que finalmente con el férreo premio se quedó, incó cual a dientes de un jaguar, el filo de las dos espadas, a la pobre y cualpable niña inocente, que robó el tesoro del mundo, y al darlo todo a la luz, a su cuello se lanzaron como agitados, por la rabia algunos caballos, y agacó como aquellos niños, colgados en una cuerda, danzando sus cuerpos, ya muertos, y poniendo un fin a su guión, todos soñaron en su día lo que son, y el cansado titiritero, quitó de escena al mundo entero, ya que el mundo en conclusión, todos sueñanlo que son, ya que el mayor bien es pequeño, y toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Dedicado a la sociedad actual, y a uno de los mayores escitores de la historia Español, y uno de los mejores escritores, que jamás haya existido, Pedro Calderón de la Barca.
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