Sueños

Todo empezó en aquel espeso bosque, de frondosos árboles, recónditos tras el velo de la noche la cual alzaba a su emperatriz al cielo vestido con su traje blanco y su báculo con el cual reinaba con su luz la oscuridad de la noche. Tras los enormes robles, de tronco ocre enroscado se hallaba un lago, de cristalinas aguas mecidas por el viento céfiro de aquella noche, de la cual surgían nenúfares como cantos de sirenas. A lo lejos, difuminada con acuarela blanca se veía una pequeña montaña, de cumbre nevada y fría como la escarcha acumulada en la punta de las hojas rojas de los robles, que se tornalunaban blancas y argentosas tras el reflejo de la Luna llena que alumbraba los reinos perdidos de aquel bosque sin fin. Aquellos reinos perdidos que se ocultaban en el bosque un día, un hombre les puso el nombre de sueños. Vanos sueños son los que se explicarán a lo largo de este relato, que, al igual que los sueños, nunca acabó ni acaba, pero tampoco acabará.

jueves, 7 de junio de 2012

El Bosque de las Noches: Laberinto


Si mi alma aún recuerda aquellas misteriosas hazañas, que tímidamente se escondían tras las sábanas de la niebla, se podrán estampar en el recuerdo de alguna vagante alma que por estos caminos sendera. Esas hazañas son terroríficas y pavor provocaron en los oídos del mundo que a ellas se atrevió a mencionar; El Bosque de las Noches.  

Se adentra entre los profundos y verdosos helechos, un macabro bosque, donde su rey es el miedo, la princesa, la maldad y la muerte, emperatriz. Se adentra en este bosque, tan profundo como la garganta de un dragón, tras pasar por una pequeña casa de rojas tejas y pared beige, donde el humo se puede divisar en el alféizar, como si comprimido, el hollín de la vieja pipa, que Kobold fumaba, se tratase. Tras pasar por esa casa, una vetusta arboleda, de maduros frutos, e iluminadas plantas, te recibe en la entrada, con suntuosas flores que hacen caer las gotas de rocío por cada minuto que pasa, y acumulándose en el cabo de las rojas y lucientes manzanas, pequeñas virutas de escarcha, que perlas parecían, allí se aposentaban. Muy agradable fuere la entrada, a la muerte de la cual posiblemente pasarás, pero algo cambia en la vida de la gente que entra, ya que si con vida sale, su alma, jamás saldrá. Fue allí, cuando, afortunadamente me convertí en el primer ser, en cruzar el bosque, terrorífico bosque, y pedir a mi memoria, aquel tétrico recuerdo, y estamparlo para dar a conocer, el peligro de los bosques y del olvido eterno. Adentrándose en ese bosque, el Bosque de las Noches, un muro de hiedras y trepaderas, obstaculizan tu camino, y cuando atrás quieres volver, los árboles, junto a la inoportuna tormenta, parecían que te mirasen con una vil y maquiavélica tez. Es allí cuando el miedo te corroe  por las venas, que de roja o azulada sangre, da igual cual sea, producen una vibración en la sangre, como si un escalofrío, tu alma sufriese.
Adentrándote en este bosque aún más – pese a que no tengas otra elección salvo acudir a la emperatriz – es cuando empiezan a relinchar tus caballos, a inquietarse y a removerse, y de su boca, una blanca espuma, sale con el miedo. Allí la mente te corroe, te carcome lentamente, hasta que, como si Vetusta en el pantano estuviese, una ninfa de aguas negras, te aparece envuelta entre sábanas y aureolas incoloras que elevan el miedo al ser. Te “ayuda” con sus bellas, persuasivas, deleitantes y utópicas palabras que te evaden de la verdad, y te hacen hundir en el pantano, te hacen alguien con suma importancia, su comida, pero eres alguien, importante, eso es lo importante para ellos. Si lograste no hundirte en las tenebrosas y recónditas aguas, aparecerás en un vil laberinto que como un ratón, tendrás que encontrar la salida, pero, el único problema es que no hay; la salida es la mente.
Es como un túnel, un túnel sin salida, que cuando despejas tu mente, te liberas de sus cadenas es cuando desaparece, desaparece todo aquello que como escarabajos construimos y como humanos destruimos, dejando sin nada, tu propio ser.
Es alto, el laberinto, alto como una secuoya y ancho, tan ancho como una aguja, y la plaza central, como si del ojo se tratase. Era estrechísima, esa senda, que era ofuscada por las altas trepaderas, que ocultaban el sol a la tierra. Chocaban tus dos brazos, con los dos lados del laberinto, desgastándolos y dejándote sin las mangas del atuendo. Alto, espeso, estrecho, incómodo, maquiavélico, macabro invento creado por la mente de un escritor que ufano se siente al saber que su público pide algo que él, puede dar.
Es aquí, cuando decide tu destino si mueres o vives, cuando has pasado la primera parte, de las tres inexistentes; la parte del laberinto.  

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