Sueños

Todo empezó en aquel espeso bosque, de frondosos árboles, recónditos tras el velo de la noche la cual alzaba a su emperatriz al cielo vestido con su traje blanco y su báculo con el cual reinaba con su luz la oscuridad de la noche. Tras los enormes robles, de tronco ocre enroscado se hallaba un lago, de cristalinas aguas mecidas por el viento céfiro de aquella noche, de la cual surgían nenúfares como cantos de sirenas. A lo lejos, difuminada con acuarela blanca se veía una pequeña montaña, de cumbre nevada y fría como la escarcha acumulada en la punta de las hojas rojas de los robles, que se tornalunaban blancas y argentosas tras el reflejo de la Luna llena que alumbraba los reinos perdidos de aquel bosque sin fin. Aquellos reinos perdidos que se ocultaban en el bosque un día, un hombre les puso el nombre de sueños. Vanos sueños son los que se explicarán a lo largo de este relato, que, al igual que los sueños, nunca acabó ni acaba, pero tampoco acabará.

domingo, 10 de junio de 2012

Recuerdos de la vida


No recuerda cómo llegó a su vida.
Olvidado muchos de los momentos que compartió con ella. Tantos, y tan intensos, que quedaron en lo más profundo de la (in)consciencia.
Parece como si siempre hubiese estado ahí, a su lado. Compañía en la soledad, valor en los momentos de miedo, cuando la luz de la mesilla de noche se apagaba; partícipe y protagonista de los primeros juegos, de las primeras sonrisas. De innumerables cuentos y sueños de fantasía e imaginación.
Lazos inquebrantables, hasta ese día sin recuerdos en el que, puede que sin saberlo, puede que sin quererlo, deja de formar parte de cada acontecimiento importante acontecido en la vida. Y poco después, de cada acontecimiento. Y luego, de cada vivencia.
Cuando las historias se convierten en leyendas, se marchitan los recuerdos. 
Y sin ellos, una tenue luz termina por consumirse en lo más profundo del alma, mientras el tiempo pasa deshaciendo pasatiempos, intentando volver atrás. 
Lejos, en el linde de la memoria, en rincones sombríos de oscuras habitaciones, de casas vacías que fueron hogares, quedan, en cajones rotos, carcomidos por el olvido, muñecos, vetustos muñecos, con motas de polvo. 

PD: extraído de un maravilloso conjunto de cuentos: link: http:// misrelatos.es

jueves, 7 de junio de 2012

El Bosque de las Noches: Laberinto


Si mi alma aún recuerda aquellas misteriosas hazañas, que tímidamente se escondían tras las sábanas de la niebla, se podrán estampar en el recuerdo de alguna vagante alma que por estos caminos sendera. Esas hazañas son terroríficas y pavor provocaron en los oídos del mundo que a ellas se atrevió a mencionar; El Bosque de las Noches.  

Se adentra entre los profundos y verdosos helechos, un macabro bosque, donde su rey es el miedo, la princesa, la maldad y la muerte, emperatriz. Se adentra en este bosque, tan profundo como la garganta de un dragón, tras pasar por una pequeña casa de rojas tejas y pared beige, donde el humo se puede divisar en el alféizar, como si comprimido, el hollín de la vieja pipa, que Kobold fumaba, se tratase. Tras pasar por esa casa, una vetusta arboleda, de maduros frutos, e iluminadas plantas, te recibe en la entrada, con suntuosas flores que hacen caer las gotas de rocío por cada minuto que pasa, y acumulándose en el cabo de las rojas y lucientes manzanas, pequeñas virutas de escarcha, que perlas parecían, allí se aposentaban. Muy agradable fuere la entrada, a la muerte de la cual posiblemente pasarás, pero algo cambia en la vida de la gente que entra, ya que si con vida sale, su alma, jamás saldrá. Fue allí, cuando, afortunadamente me convertí en el primer ser, en cruzar el bosque, terrorífico bosque, y pedir a mi memoria, aquel tétrico recuerdo, y estamparlo para dar a conocer, el peligro de los bosques y del olvido eterno. Adentrándose en ese bosque, el Bosque de las Noches, un muro de hiedras y trepaderas, obstaculizan tu camino, y cuando atrás quieres volver, los árboles, junto a la inoportuna tormenta, parecían que te mirasen con una vil y maquiavélica tez. Es allí cuando el miedo te corroe  por las venas, que de roja o azulada sangre, da igual cual sea, producen una vibración en la sangre, como si un escalofrío, tu alma sufriese.
Adentrándote en este bosque aún más – pese a que no tengas otra elección salvo acudir a la emperatriz – es cuando empiezan a relinchar tus caballos, a inquietarse y a removerse, y de su boca, una blanca espuma, sale con el miedo. Allí la mente te corroe, te carcome lentamente, hasta que, como si Vetusta en el pantano estuviese, una ninfa de aguas negras, te aparece envuelta entre sábanas y aureolas incoloras que elevan el miedo al ser. Te “ayuda” con sus bellas, persuasivas, deleitantes y utópicas palabras que te evaden de la verdad, y te hacen hundir en el pantano, te hacen alguien con suma importancia, su comida, pero eres alguien, importante, eso es lo importante para ellos. Si lograste no hundirte en las tenebrosas y recónditas aguas, aparecerás en un vil laberinto que como un ratón, tendrás que encontrar la salida, pero, el único problema es que no hay; la salida es la mente.
Es como un túnel, un túnel sin salida, que cuando despejas tu mente, te liberas de sus cadenas es cuando desaparece, desaparece todo aquello que como escarabajos construimos y como humanos destruimos, dejando sin nada, tu propio ser.
Es alto, el laberinto, alto como una secuoya y ancho, tan ancho como una aguja, y la plaza central, como si del ojo se tratase. Era estrechísima, esa senda, que era ofuscada por las altas trepaderas, que ocultaban el sol a la tierra. Chocaban tus dos brazos, con los dos lados del laberinto, desgastándolos y dejándote sin las mangas del atuendo. Alto, espeso, estrecho, incómodo, maquiavélico, macabro invento creado por la mente de un escritor que ufano se siente al saber que su público pide algo que él, puede dar.
Es aquí, cuando decide tu destino si mueres o vives, cuando has pasado la primera parte, de las tres inexistentes; la parte del laberinto.  

martes, 15 de mayo de 2012

Las rejas de la libertad

Entre sus atezadas tunicas que cubrían la tez al Gible, el viento sur del desierto, se escondían mil y una historias, que se difuminaban con la tormenta de arena que Gible provocaba, y entre los brunos ojos del desierto, se distinguía un viejo y anciano vendedor de alfombras, según él, hiladas con piedras preciosas. Su tez era negra, como el carbón, sus ojos hacían un blanco tensado y sus pupilas  se hundían en su negro iris. Su sonrisa brillaba con treinta piedras blancas, pulidas con la arena del baldío terreno ocre y con dunas. Llevaba unas babuchas negras con rubíes en sus pies, unos amplios bombachos blancos con una línea púrpura en el lateral y un chaleco de algondón con alternado de blanco y negro. Sus ojos permanecían cerrados y su mente seguía siendo un pequeño albatros.
Cuando el sol ocultó el penúltimo rayo de sol tras la duna que tenía en frente suyo, abrió los ojos paulatinamente y las aletas de la nariz empezaron a moverse. Se irguió, separándose de los ladrillos de la muralla donde estaba apoyado. Al cabo de un rato, un hombre pasó por su lado, y contemplándolo, esperó un rato, hasta que lo reconoció. Al reconocerlo le dijo con tinieblas misteriosas:
- Señor, hablan de usted, en la Alhambra, maldiciendo su nombre y deshonrando su fatal destino de hermitaño.
- Querido,-dijo el árabe- por cada cosa que digas, debes pensar en liberar la palabra de todos sus encarcelamientos,  llamadas, Las Tres Rejas.  
- ¿En qué consisten las Tres Rejas?- preguntó el chico interesado por el honor hacia la sociedad.
- primero, la verdad, ¿Es completamente seguro de lo que has dicho?
- Es un rumor muy espamentado, señor.
- bien, la segunda reja es la bondad, ¿Es beneficioso para alguien lo que me vas a decir?
- No, señor, no es importante.
- Y por ultimo, la necesidad, ¿Realmente es importante, tanto como para gastar este precioso tiempo, en decirme una cosa, que por mucho que me la digas, no podré solucionar?
- No, realmente no es importante, señor.
- Pues sepultemos lo visto y lo escuchado en este mundo y sabiendo que todo y nada es importante, escucha siempre, pero jamás tomes la decisión de opinar sobre una critica suya, a menos, que con tus valores abras las tres rejas, que suponen la verdadera libertad.

martes, 24 de abril de 2012

Dia internacional del libro: Sant Jordi


El Día Internacional del Libro es una conmemoración celebrada a nivel internacional con el objetivo de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor. Tiene su origen en la Diada de Sant Jordi (Día de San Jorge) celebrada en Cataluña, donde ha sido tradicional desde la época medieval para los hombres dar rosas a sus amantes, y desde 1925 para las mujeres dar un libro a cambio.

La elección del día 23 de abril como día del libro y del derecho de autor, procede de la coincidencia del fallecimiento de los escritores Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Los libros: uno de los mejores inventos que haya creado el ser humano, te transportan a otros mundos en donde no has estado, te abren la puerta a nuevas realidades... ¡¡¡Un libro, mi mejor fuente de inspiración!!!!

lunes, 16 de abril de 2012

La ciudad de los Ladrones II : reflexión

Llegado el día, las nubes robaron de buena mañana, la luz del sol, y el azul celeste del cielo, fue hurtado por los negros cuervos que en aquel negro día, alzaban su aguada vista al cielo, posándose sobre sus patas, en las desnudas ramas de los  robles, que lloraban al notar su cuerpo frío y sin corteza viva, ya que los  ácaros carcomieron su dulce corteza por el vano hilo de savia.

Quedáronse los dos jóvenes y la niña en un hostal, donde algunas maderas eran robadas por las megras y sucias ratas que hacían grandes agujeros que carcomían en la pared.
En las almohadas, estaban llenas de ácaros, peqeños, picantes, hurticantes, molestos, que en eaquel mundo, onírico, entraban, y cual a negras cucarachas, viles y vomitivas, apoderábanse del corazón de los sueños, creando del extraño mundo del sueños, en una pesadilla.
Pasado el día y el mediodía, cuando los solares rayos mataron a Dios, dejando esparcida su sangre sobre el cielo, fueron en busca de los jazmines, al castillo del llamado rácano, avaro, vil, criuel, Emperador de los Ladrones.
El ladrón más rácano era, efectivamente, ese, pese a que nadie ya nunca más lo vio, y su enorme imperio, lleno de oro, dinero y joyas, estaba protegido con la Pureza.
Ninguna persona que haya robado alguna vez, puede entrar en ella.
La niña con sus ojos, que de anhelo por su cesta brillaban, indicó una pequeña ventana, donde se hallaba la preciada entrada, del castillo de la pureza.
Intentaron entrar los dos en el torreon, pero cuando  entró el segundo mozo, una eléctrica carga, estalló en su corazón. Quedó uno de los jóvenes, que altamente y con rapidez, la muralla protectora a la cual el mismísimo dios, adora, con facilidad, la pudo subir, y en ella, la codiciada cesta, descubrir.
Entró por la ventana, que de laqueado arco era, y con dificultades entó, en aquel oscuro torreón.
En aquel oscuro torreón, que ya hace tiempo, que un dragón vivía, plácidamente, con sus grandes fauces, este dormía. Bajo su enorme axila, donde el ala empezaba, un magnifico y ancho cofre, allí, oculto, se guardaba.
¿Dónde estaba el Emperador de los Ladrones? ¿Acaso era un dragón, aquel principe muerto? ¿Quién era, el Emperador de los Ladrones? ¿Era, acaso, su propio corazón, que por codicia hace necesario, el robar?
Cogió el chico, sin pensarlo, el gran cofre que debajo la enorme axila, recóndito se hallaba, y rompiedo el arco que laqueado estaba, el gran cofre, pudo pasar.
Pasando la barrera que protegía el torreón del inexistente emperador, dio la caja a la niña, donde decía que su preciada cesta, el rácano emperador guardaba. Y abriéndola, en sus ojos el reflejo, el oro sus pupilas iluminó, y sacando de allí, una purpúrea daga, apuntando el filo a uno de los jóvenes, a bocajarro, cerró el cofre, y con él huyó. 
  - Los jazmines los perdí hace tiempo, y cuando encontré la cesta, por fin, vi como mis flores, quedaron marchitas, y de jazmines, de blanca azucena, ¡ay quán bonitos eran!, convirtiéndose en unas flores negras, hechas de ceniza, cual a carbón.
Se giró niña para huir corriendo, y vio a los dos niños, que antes la espada robaron de los dos mozuelos, colgados, desarropados, y como si el mundo diese un final a este cuento, como si Calderón hubiese visionado esto, como si el destino del mundo fuese una gran actuación, donde el final del papel de cada persona, fuera la muerte, girando lentamente, enrollados en una cuerda, acabaron su papel, dándoles Caronte un mortuorio corcel, para salir del gran teatro, llamado por los personajes, El Mundo.
Mientras, tras mi mente pasa esto, el viejo de escarlatas prendas, que finalmente con el férreo premio se quedó, incó cual a dientes de un jaguar, el filo de las dos espadas, a la pobre y cualpable niña inocente, que robó el tesoro del mundo, y al darlo todo a la luz, a su cuello se lanzaron como agitados, por la rabia algunos caballos, y agacó como aquellos niños, colgados en una cuerda, danzando sus cuerpos, ya muertos, y poniendo un fin a su guión, todos soñaron en su día lo que son, y el cansado titiritero, quitó de escena al mundo entero, ya que el mundo en conclusión, todos sueñanlo que son, ya que el mayor bien es pequeño, y toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. 



                                                                                                                                                                     Dedicado a la sociedad actual, y a uno de los mayores escitores de la   historia Español, y uno de los mejores escritores, que jamás haya existido, Pedro Calderón de la Barca.  

domingo, 15 de abril de 2012

sonata del recuerdo

                      
               Sonata del recuerdo  

                Recuerdo aquella dulce primavera,
En el que el céfiro viento arrastraba
El débil hilo que nuestros recuerdos guardaba
 Y que aquella tarde, inolvidable fuera.

Recuerdo tus rojos labios del atardecer,
Recuerdo que del mar estaba hecho tu placer,
Y tus negros ojos nocturnos cantaban,
Y en tu mente, de nuestro amor guardaban.

Recuerdo que fue el pecado más delicioso el conocerte,
Recuerdo que fueron tus labios los que en concederte,
Concedieron tu onírico sueño de amor
Que hoy, al fuego, hace lucir tu honor.

Recuerdo el sabor de tus dulces labios,
Recuerdo el ingenio de tus enlabios,
En el que pude, por fin, conocerte
Y luego, con mi amor inerte,

Creamos con nuestros sueños tejidos,
Nuestra onírica utopía.

Recuerdo y solamente recuerdo…
    
                                         Deklan Croneil

lunes, 9 de abril de 2012

La ciudad de los ladrones

Era una soleada tarde de otoño, donde el olor de los jazmines levitaba, bailando en el viejo viento del norte que peregrinaba a una vasta tierra. Los altos árboles que a lo lejos se veían, creaban el horizonte, y la grandes montañas que se difuminaban con la blanca niebla del atardecer, hacían la profundidad del cuadro que por un verde prado estaba este formado, haciendo de todo una ilusión.
Su mirada se había perdido en el olvido y creando del tiempo un ciego halo de luz, creaba el hilo que separábale de su mente, transformándolo así en la enorme figura que centelleantes cascadas anaranjadas producía, e interminable hacía la libertad a tierra y agua, escondiéndose paulatinamente en la pura realidad.
Los dos chicos fueron avanzando por los bosques, altos, frondosos y formado por pinos negros, que de su espesura, invisibles sus copas se tornaban. Aquel camino estaba alfombrado con el pétalo del otoño y regado con el lijero aroma que cercanamente unos ya marchitos jazmines misteriosamente producían.
Avanzaron, hasta dejar caer al sol en los infiernos y dejar bajar a la luna del paraíso, donde llegaron a un iluminado prado, donde el viento hacía sonar con  su eterno arco las cuatro cuerdas del violín de la vida, haciendo caer allí, las cadencias y la armonía. En el centro del prado, un enorme roble, entrelazaba sus ocres troncos y peinábase sus largos cabellos con el céfiro viento de aquella iluminada noche. Los lobos aullaban a lo lejos, perdiendo el viento sus partituras y olvidando en el tiempo, lo que un día fue su existencia pura.
Entre toda aquella armonía, una octava más aguda descordinó la pieza, llamando la atención a los dos chicos, que en el verde musgo sentados descansaban. Provenía aquella octava, más aguda que el violín del viento, del gran roble que yacía y arraigaba sus interminables raíces en el suelo del claro prado.
Los chicos se acercaron cautelosamente, impactantes e ignorantes de lo que estaba por suceder.
Dentro del enorme árbol, carente de un mediano agujero carcomido, una esquelética niña, como si de la muerte su vástago se tratase, de enjuto cuerpo y flacos rasgos, se acurrucaba y protegíase del viento, la muerte y el olvido. Vestía viejos harapos verdes y en sus ojos se notaba el reciente arroyo que por la luna habían caído y aquel prado de blanca azucena y rosa inundaron. Su tímida boca, permanecía escondida, secreta tras sus purpúreos labios, y un creciente pelo negro-azulado era tímidamente iluminado por un débil halo de luz que un pequeño agujero dejaba pasar. Los dos chicos la sacaron de allí y en sus tiritantes ojos se reflejó el miedo tintado con virutas de cobalto.
Resultó ser, al paso de un rato de silencioso duelo,que paseando inocentemente por los bosques oscuros, portando en su frágil mano, una cesta de jazmines, unos truhanes humanos se la hurtaron sagazmente y salieron huyendo con el botín en sus manos, desperdiciando y dejando caer, las ya marchitas flores-al tocar las esqueléticas manos de la muerte- y dejándole a la pobre niña sin su rica cesta de bellos y olorosos jazmines, purpureas y escarlatas.

Esta, sus anhelos a los chicos mostraba y dijoles que si los encontraban,posiblemente en frente de su casa estaban. Aquella alta casa, en la ya apestosa ciudad estaba, que como así siempre la apodaban, todos los ladrones allí estaban, y sus sucias manos solamente hurtaban, en la Ciudad De Los Ladrones.

Los chicos prometiéronle lo prometido y dispusieronse a buscar partido, en busca de las bellas flores, en la ya famosa, Ciudad De Los Ladrones

¡Ay de mí! cuanto trayecto hicieron pasando tímidamente por las fauces que los lobos abrieron y trayendo la venganza a la ahora, ya roja luna a la ciudad. Entraron paulatinamente, y entre los cimientos que arrancaban lentamente, robados audazmente, entraron a la ciudad. El cielo rojo, decorado, como si de un gravado se tratase,  el negro humo hacia empalidecer a la blanca luna que al mecer, sus estrellas giraban, y entre ellas se robaban la vida que debían todas merecer.
En cuanto entraron a la ciudad, dos osados bandidos que al no ser de mas de diez años, posiblemente fueren vendidos, les robaron las dos espadas y a estos, a su vez, fueron robados por dos inocentes jorobados, dejandoles rebolcados, a los dos niños en el fango. Los pobres viejos jorobados, que iban con sus dos espadones, recién robados, notaron en sus gargantas como dos dagas lentas, incrustaban su fino filo haciéndoles en su cuello un caudillo, que de roja sangre manchó el ya robado cuchillo.
Al asesino este, otro desde su hogar celeste, cogiole las espadas y fuese. Al guardarlas este ladrón, en una custodiada caja, los niños revolcados por los ya muertos jorobados, hicieron una enorme raja, que rompió la caja, como con un pastel. El viejo de la casa, al enterarse, dejó pobres a los niños, cual el Mundo al Pobre, autor de su gran teatro desarrope.
Conseguidas ya sus espadas, guardolas cuidadosamente un una de las baldosas. Cuando con Morfeo su alma se encontró, un viejo barbudo, por la chimenea entró. De lujosas galas, color bordó, y bordadas botas, que por allí encontró, en un enorme saco beige guardó y las dos preciadas espadas en ella metió. Los viejos, al morir, se tuvieron que substituir, para la cadena trófica, no destruir. En su lugar a pedir, un viejo mono araña, que de su aspecto se te mueven las entrañas teniendo en sus ojos migrañas, pena dio al ladrón barbudo, que dejó su saco a un sordomudo para al mono poder ayudar. El de la casa, ya liberado, cogió  el saco, y como cosido y cantado, se había encaminado a la lúgubre existencia.

Así sucesivamente iba pasando la espada, de mano en mano, hasta que alguno moría  y era substituido por otro que entraba en el conocido juego de la vida. Nunca acababa el robar, nunca acababa el matar, Y continuamente los ladrones robaban a los ladrones, siendo animales, o personas, ya daba igual.
Así vivían, como si de la cadena alimetícia se tratase, interminable, incesante.
La pobre niña miró a los dos chicos con sollozantes ojos, inquiriendo, el ¿Dónde están mis jazmines? pese a que marchitos por la muerte están, aún los sigo queriendo.

sábado, 3 de marzo de 2012

El juego del Tiempo

Con el tiempo, la memoria se va borrando, y las aventuras se van bosquejando y quedando ahogadas en un agua infinita y densa, de la que nunca vuelven a surgir, pero existe en mi vieja memoria una en especial, la cual hizo morir a la mismísima libertad, es la historia de una reina, que vivía en su enorme castillo, viuda desde hace más de mil años, son las memoria de la Reina Opresión.
Cuentan que las huellas que deja el tiempo son  las que más se notan, pero en la Reina el tiempo era un vano sueño, sufrido por sus súbditos, los hombres. Su autoritarismo sobresalía entre sus múltiples defectos y reinaban en su corazón hecho de tinta negra, la avaricia, la soberbia, la ira y la envidia.  Vestía elegantes galas carmesí y con ostentosos acabados dorados. Sus grandes ojos verdes se convertían en un infinito mar negro, donde cualquiera que la mirase se ahogaba dentro de sus pupilas, y con sus finas manos cual a seda tactában sostenían un enorme báculo firuleteado con virutas de argento y pepitas de oro, enredando el acabado con pequeñas hiedras púrpuras.

Ésta, jefa de su enorme reino, pasaba sus perdidas horas sentada en su trono, acabado en dos puntas doradas y esmeralda, gobernando inexistentemente todo aquello que era suyo.
Un lluvioso día, la Reina del Tiempo decidió otorgar un deseo, a aquel que hiciese un juego el cual nunca acabase, y así jamás aburrirse. Toda la gente del reino acudió al Palacio para preguntar sobre qué debía hacer para saborear durante un simple momento lo que era la libertad, tener sobre sus manos, la posibilidad de ser libre.
Fue una semana después, cuando un hombre de túnica negra y turbante azul marino se presentó ante el trono dorado de la Reina del Tiempo, con un saquito de terciopelo azul, en el que guardaba treintaidos figuras, cada una representando a un componente de la guerra, dando vida a las torres de marfil y a arqueros transformados en estatuas colocadas de tal forma en que dieciséis guerreros protegían a sus dioses y atacaban al enemigo, utilizando solamente una determinada táctica por la que poder moverse.
Después de explicarlo, el creador del  juego retó a la Reina, y esta, aceptando el reto, empezaron a moverse las fichas sobre el tablero, refractando la luz del atardecer tras las fichas, tornándolas rojas como la sangre, la pasión. Tras mover el árabe la figura asesina del rey blanco, sus negras manos empezaron a desvanecerse, disolviéndose en el aire y llevándose como si se tratase de un recuerdo, el viento que entró por la ventana, convirtiendo sus finos y rojos huesos en el vano sueño de un creador efímero.
Tras ver lo ocurrido, durante bastante tiempo, el reino, dejó de fabricar juegos e inventar algo que le diese el poder de deleitar la libertad y saborear su dulce sueño en el que un simple soñador soñaba siempre. Pero a diferencia de todos, el simple hecho de no haber hecho nada, dio tiempo e ideas a un viejo inventor a crear en sus últimos días, algo que diese juego al tiempo y tiempo a la muerte de jugar con él sin matarle.
Este se presentó con sus enormes galas y ornamentos para dirigirse a su inmortal diosa en su tierra. A diferencia del anterior importante inventor, a este acudió toda la corte y todo el reino, deparando el nefasto futuro que le esperaba si no agradábale a ella.
Acudió la Reina al trono con sus mejores galas, carmesíes y rosadas, y sus enbucleados cabellos rubios caían por sus hombros y largas trenzas finas, parecían caer en cascada, hasta llegar a los codos. Su corona era de un fino laurel y en sus orejas lucían unos hermosos pendientes de oro y cobalto.
El viejo dejó caer al suelo de galena y marfil  cuatro dados, cada uno con un dibujo en una sola de las caras. La primera ficha en caer tenía, en vez de una cara, dos caras, en la que un copo de nieve caía lentamente hasta llegar a un blanco suelo bañado en hielo. El segundo dado en caer fue aquel en el que se representaban a los árboles secos y sin hojas, y enfocando una sola cara, este dado, caía una hoja seca, de color rojo, tanto como la sangre. En el tercer dado, crecía por una sola cara, una hermosa rosa roja, en la que las espinas agarraban con sus dedos puntiagudos una hoja de papel arrugado, que cada vez se tornaba más ocre y viejo, pegándose en él polvo llevado por el viento. El último dado, al igual que el primero, tenía dos caras, en las que, dentro de ellas se aposentaba una poderosa luz cegadora. El viejo dio los dados a la reina:
-Se llaman los dados del tiempo. En cada tiempo existen unas características que lo definen. Para no aburrirse, mi majestad, deberá tirar estos dados mágicos en la mesa de aguamarina, cuando llegue la noche en que la luna llena ilumine y reine tu reino. En ese momento, sin ninguna compañía, deberá tirar los dados, los cuales determinarán que pasará durante los cuatro meses en que la luna llena se esconda, protegiendo con su luz su reino, pero ausente a sus ojos. Mañana se os deparará el futuro de vuestro reino durante los cuatro meses siguientes.

Llegó la noche de la luna, y la reina, sola y con su corona de oro, plata y rubí, salió al balcón donde la mesa de agua marina esperaba, lista para deparar el futuro de ese reino. Los dados cayeron sobre la luz de la luna, dando como única cara la que caía el copo de nieve. La Reina, preocupada por lo que podría pasarle a su reino, se fue a su aposento y esperó a que amaneciera.
ue caía paulatinamente sobre el suelo, esbozó en su cara una sonrisa, y abriendo su mano, mostrándosela al viejo hombre, una luz blanquinosa salió disparada hacia el inventor del juego interminable, quedando así solamente el recuerdo de que un día alguien creó el juego al que el Tiempo pudo divertirse, pero hasta tal punto que no podrá morir, ya que al nunca acabar ese juego, jamás podrá descansar en paz.
Del viejo, solamente sus huesos pulverizados quedaron, ya que el deseo de todo hombre era poder deleitar la libertad, y ya que en su reino del Tiempo jamás se podía ser libre, conseguir la libertad le costó la vida, acercándose más a su descanso eterno, hasta que la eternidad decida hasta cuando va durar esa pura y lúgubre, pero real, libertad que tanto el humano anhela en algún momento de su vida.